Brass for África en la temporada de la Bilbao Orquesta Sinfónica

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Ver: La Bilbao Orquesta Sinfónica presenta su nueva temporada 2023-2024 «XX Century Classics»

El jueves 27 y el viernes 28 de abril, un grupo de seis músicos de la organización Brass for África intervendrán en la temporada de la BOS. Además, el miércoles a la tarde realizarán un taller organizado por la BOS y Musikene, en el que participarán diferentes asociaciones de Bizkaia.

El programa Nº 14 de nuestra temporada sinfónica tendrá como solistas a un grupo de músicos nacidos de las actividades de Brass for África, una organización benéfica galardonada que ofrece música y educación en habilidades para la vida a más de 1.500 jóvenes en Uganda, Ruanda y Liberia.

Serán seis músicos de viento de esta organización los que participarán como solistas interpretando con la BOS la obra «Kisoboka (Todo es posible), Concerto grosso para ensemble de metales africanos y orquesta».

Jueves 27 y viernes 28 de abril a las 19:30 hs | Palacio Euskalduna

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Programa

I

Sergei Prokofieb (1891 – 1953)
American Overture Op. 42a*

Guy Barker (1957) / Alan Fernie (1960)
Kisoboka (Todo es posible), Concerto grosso para ensemble de metales africanos y orquesta*✣

I. Dawn
II. The Parade
III. Desolation
IV. The Awakening
V. The Celebration

Solistas de Brass for Africa

II

Aaron Copland (1900 – 1990)
Sinfonía nº 3

I. Molto moderato; with simple expression
II. Allegro molto
III. Andantino quasi allegretto
IV. Molto deliberato – Allegro risoluto

* Primera vez por la BOS.
✣ Obra encargo de la OSCyL en colaboración con la Bilbao Orkestra Sinfonikoa y la Orquesta Sinfónica de la Región de Murcia.

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Además el miércoles 26 a partir de las 18:00 hs se realizará un taller didáctico en el que participarán los miembros de Brass for Africa, incluida una directora educativa que les acompaña, músicos de la BOS, estudiantes de Musikene, en el que participaran las asociaciones BaoBat, Itaka-Escolapios, Mulisol, Norai, Novisi, Solidaridad Internacional y Zehar.

Los músicos de Brass for África estarán en Bilbao desde mañana martes 25 de abril. El primer ensayo con la orquesta será a partir de las 13:00 horas. También ensayarán el miércoles 26 por la mañana y habrá una ensayo general el jueves 27 también por la mañana

También se podrá asistir al inicio del taller del miércoles a las 18:00 horas.

Notas al programa

El poder de la música

Sergei Prokofiev (Sóntsovka, 1891 – Moscú, 1953) se hacía esta pregunta hace un siglo: “¿Puede el verdadero artista aislarse de la vida y confinar su arte dentro de los estrechos límites de la emoción subjetiva? ¿O debe estar donde más se lo necesita, donde sus palabras, su música o su cincel pueden ayudar al pueblo a vivir una vida mejor y más hermosa?” Y esta reflexión bien puede ser una apropiada introducción al concierto de esta tarde, del mismo modo que su Obertura Americana prepara nuestros oídos para un programa extraordinario por inusual.

Prokofiev la escribió en 1926 por encargo de una sociedad musical neoyorkina con motivo de la apertura de una pequeña sala en el nuevo Aeolian Hall. Las características espaciales del lugar determinaron que la orquestación fuera reducida: solo diecisiete instrumentos en una agrupación poco frecuente que incluía un octeto de viento, arpa, piano, celesta, percusión y únicamente la cuerda grave.

Pero el resultado no fue menor, porque el característico y acusado sentido rítmico del músico, que impregna su discurso de una energía y una vitalidad desbordada, alumbró una partitura vigorosa y chispeante. Dos años más tarde este carácter se tornó aún más explícito cuando Prokofiev ofreció la versión para orquesta sinfónica, que resulta ser una exuberante pieza de apertura. Sus pentagramas rebosan el desenfado y la jactancia de una sociedad que vivía despreocupada y segura de sí misma en aquellos años veinte, previos a la Gran

Depresión. Este compositor y pianista virtuoso, llegado de la Unión Soviética, observaba con asombro y curiosidad tanto derroche de poderío de la misma forma que, también en aquellos años, el neoyorkino Gershwin quedaba fascinado por el encanto, la creatividad pletórica y la joie de vivre que exhalaba un París irrepetible.

Prokofiev compuso la obertura en Moscú, durante una breve visita a casa -previa a su regreso definitivo- y es, desde luego, una postal sonora evocadora que recoge también algunos aires de jazz y blues que tan atractivos resultaban a los compositores europeos. Su pretensión era capturar el movimiento de Nueva York, su empuje, su pulso imparable, el ajetreo de una ciudad en la que miles de personas se mueven al mismo tiempo en todas direcciones. Compuesta en forma de rondó libre, los temas que utiliza sugieren una gran ciudad del siglo XX con

ciudadanos ocupados y presurosos que abarrotan las calles circulando por ellas sin pausa. Estos temas aparecen combinados con algunos momentos de reposo que buscan ser el reflejo de pequeños grupos de personas disfrutando de remansos de paz en oasis urbanos como Central Park. Para lograr estas imágenes el autor alterna pasajes de métrica agitada con otros más sosegados en los que muestra su habilidad para dibujar melodías híbridas entre el carácter popular de bella simplicidad y el lirismo romántico. Su lenguaje armónico se basa en la tonalidad, pero está sazonado con algunas disonancias que lo ubican, de forma más coherente, en la ciudad moderna y dinámica a la que quiere retratar.

Brass for Africa es una organización benéfica centrada en elaborar programas que utilicen la música como eje para contribuir a un cambio positivo de la vida en África. Hoy nos ofrecen el resultado de una de esas iniciativas que brindan a la juventud y a sus comunidades una oportunidad de desarrollarse a través del enorme potencial que proporciona la música.

Guy Barker y Alan Fernie escribieron este Concerto Grosso para dos cornetas, trompa, trombón y tubas solistas de Brass for Africa y orquesta sinfónica, inspirándose en Kisoboka, un relato sobre la realidad en el África subsahariana y el poder de la música para transformar vidas. Está articulado en cinco movimientos y al final del tercero hay una pequeña narración por parte de dos de los solistas. El concierto se abre con un Amanecer donde “rompe el día con el coro desenfrenado de la naturaleza.

En las miserables zonas urbanas, la noche es un momento difícil y peligroso. Cada noche representa un desafío para mantenerse sano y salvo. El ‘Amanecer ’significa el comienzo de un nuevo día y la esperanza y relativa seguridad que viene con la luz.” El segundo movimiento representa El Desfile y hace referencia a que “muchos de los niños acogidos en Brass for Africa tienen su primera interacción musical en el momento en que una banda de música pasa por su calle.

El pasacalle es una parte importante del periplo musical de estos jóvenes músicos. Simboliza el cambio y se utiliza para celebrar una ocasión y también para ganar unas pequeñas cantidades de dinero con las que sobrevivir.” En el tercer movimiento, Desolación, la música sugiere que “el dolor forma parte de las vidas de muchos de nuestros jóvenes. Han crecido en orfanatos, han sido niños de la calle, refugiados de la guerra, han pasado tiempo en instituciones correccionales, etc. Se trata de sobrevivir y de

superar cada día.“ Tras las narraciones verbales de Sumayya y Confidence, llega El Despertar, a modo de cuarto movimiento: “Aprender a tocar música es una experiencia increíblemente poderosa. El viaje de autorrealización comienza a ser real, al igual que la oportunidad de florecer y desarrollarse plenamente. Antes de la música, nuestros instrumentistas no tenían sueños, ahora sueñan. Antes no había esperanza, pero ahora esperan un día más brillante.

” El concierto termina con La Celebración, donde “la música es la vida misma para estos jóvenes músicos. Es lo que les define. Viven por ella y para ella y se deleitan en su pureza y honestidad porque saben que les llevará a un lugar mejor. El compromiso de cuerpo y alma para hacer música es absoluto, es visceral y alegre. Cada ocasión para hacer música es una celebración. Una celebración de la música en sí misma como forma de arte, pero también una celebración de su fuerza para el bien.” Con esta música esperanzadora y vital, Brass for Africa demuestra que ‘todo es posible’.

Aaron Copland (Nueva York,1900 – Nueva York,1990) recibió de Serge Koussevitzky, todopoderoso director de la Orquesta Sinfónica de Boston, el encargo de escribir una sinfonía y construyó un jubiloso y monumental edificio sinfónico que supuso, además, una celebración del fin de la Segunda Guerra Mundial. En aquel momento eufórico y pretendiendo dar a la obra una pátina del canon beethoveniano, el propio Koussevitzky afirmó: «No hay duda, es la mayor sinfonía americana. Va de corazón a corazón.»

No en vano Copland incorporó los temas de su triunfante Fanfarria para un hombre corriente -escrita en 1942 para contribuir a levantar los ánimos de las tropas en plena guerra- en el último movimiento, con el objetivo de que la obra concluyera de manera espectacular y lograra con éxito el anhelo que compartían los compositores, programadores y el público norteamericano de los años cuarenta: conseguir dar a la luz “la gran sinfonía americana”.

Compuesta entre 1944 y 1946, la sinfonía fue estrenada el 18 de octubre de 1946 por quienes hicieron el encargo y, aunque Copland hace en ella escaso uso de materiales folklóricos, es cierto que irradia una sonoridad claramente asociada a patrones del nacionalismo musical estadounidense que el propio compositor emplearía antes y después de esta obra. Estos elementos populares, que recuerdan las melodías y los himnos de las comunidades de Nueva Inglaterra o

los ritmos de danza de los vaqueros, están presentados de manera estilizada como motivos integrantes del tejido sinfónico. Pero también un elemento emotivo vertebra la partitura y se debe a la intención premeditada de Copland de dedicarla “A la memoria de mi querida amiga Natalie Koussevitzky”, esposa del director, fallecida en 1942.

El Molto moderato con que da comienzo está impregnado del espíritu de la himnodia de Nueva Inglaterra. En él se alternan el aliento lírico con el carácter declamatorio. Las melodías prolongadas, con descansos preparados largamente -como en los antiguos corales- la riqueza en la orquestación y la dinámica in crescendo de algunos pasajes van transmitiendo a nuestros oídos una sensación de amplitud espacial que remite al paisaje, extenso, majestuoso y rotundo.

Copland dejó claro su deseo de dibujar un movimiento en forma de arco con «tres temas claramente expresados: el primero en cuerdas al principio sin introducción; el segundo, en violas y oboes, que evoca un estado de ánimo relacionado con el anterior; el tercero, de naturaleza más atrevida, suena en trombones y trompas». Este arco sonoro transmite una sensación de expansión progresiva que nos lleva a un clímax poderoso al que sigue la recapitulación de las tres ideas en un estallido aún más potente. Tras esta cima, volvemos a la atmósfera del inicio, sumida en una profunda y etérea suavidad.

El Allegro molto da comienzo con una fanfarria a partir de la cual se genera una melodía vivaz que se va desenvolviendo sobre una base rítmica ágil y marcada, apelando de manera directa y jovial al oyente. En el corazón del movimiento la música se apacigua y el oboe, seguido del resto de maderas, nos introduce en un ambiente pastoral y melancólico que sugiere la vida en las praderas. Vuelve el tema inicial del scherzo con modificaciones tímbricas y, para terminar, un recuerdo a la melodía poética, pero esta vez en fortísimo y recogida por toda la orquesta.

Copland dijo del Andantino quasi allegretto que «es el movimiento más libre de todos en la estructura formal. Aunque se construye por secciones, las distintas secciones están destinadas a emerger una de la otra en un fluir continuado, como en una serie de variaciones estrechamente unidas.» Su intención es que las variaciones se vayan deslizando por una amplia gama de estados anímicos: “primero con una tranquila nostalgia cantable; luego más rápida y rotundamente,

casi como una danza; después más infantil e ingenuamente y por último en forma explícita, contundente y vigorosa.” Más tarde se vuelve al clima elegíaco inicial en una música que va ascendiendo en el espacio sonoro donde, como dejó escrito Copland “flota la única línea del comienzo”, cantada por violín y piccolo, acompañados por el sonido etéreo de las arpas y la celesta.”

El «flujo continuo» de este movimiento desemboca en una clara cita a la Fanfarria para un hombre corriente, utilizada aquí como preludio al Molto deliberato – Allegro risoluto final. Copland hace hincapié en los elementos principales de la fanfarria: la melodía, su vigorosa célula rítmica, la proyección acústica que implican los metales y la armonización a modo de coral.

Tras esta introducción aparecen otros temas: unos enérgicos y otros elegiacos, que van desarrollándose hasta que concluye la sinfonía con una magnífica convergencia de ideas entre las que podemos oír de nuevo el tema de la fanfarria y también el que daba comienzo al primer movimiento.

Copland, que además escribió para el cine -ganó el óscar a la mejor banda sonora en 1949 por “La heredera” de William Wyler-, pone el cartel de The end con un grandioso resumen que nos hace gozar de nuevo de un himno de serena y alentadora belleza. Música abierta y luminosa, que busca la expresión de unos sentimientos cosidos a la tierra y a la comunidad.

Estimulante es sin duda el poder de la música, capaz de ir siempre más allá para trascender el material del que está hecha. Disfrútenla.

Mercedes Albaina

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